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RICARDO LAGOS

Lo dijo! (Jaime Atria el 2014) stars

Al promulgar la reforma constitucional de 2005, el Presidente Ricardo Lagos dijo que desde entonces la Constitución pasaba a ser “un piso institucional compartido”. Esta pretensión fracasó: hoy estamos de nuevo discutiendo no sobre reformas constitucionales, sino sobre nueva constitución. No es responsable hablar de nueva constitución sin tener una explicación para ese fracaso.

 

El problema constitucional es que las reglas constitucionales vigentes, y que la Ley 20.050 no modificó, encierran una trampa. Esta trampa fue algo explícitamente buscado por quienes redactaron la Constitución de 1980. En palabras de su ideólogo principal, Jaime Guzmán, la finalidad de esas reglas constitucionales era que “si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque –valga la metáfora– el margen de alternativas posibles que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”.

 

Es decir, se trataba de manipular las reglas para que solo la derecha pudiera ganar, para que ella ganara incluso cuando perdiera. Es la metáfora utilizada por el propio Guzmán lo que identifica el problema: un juego tramposo.

 

Las trampas a las que me refiero son un conjunto de “cerrojos”, es decir dispositivos que impiden a un gobierno hacer algo distinto de lo que la derecha anhela. Esos cerrojos han desempeñado la función que tenían y algunos de ellos se han ido quemando con el tiempo y el uso. Eso explica que desde 1989 haya habido algo que en términos constitucionales puede parecer “progreso”. Así, por ejemplo, los senadores designados fueron cruciales para evitar que la Concertación tuviera, durante los años noventa, mayoría en ambas cámaras. Pero con el correr de los años, la Concertación quedaba cada vez más en posición de designar senadores afines, por lo que el cerrojo dejó de cumplir su fin y de hecho amenazaba en convertirse en lo contrario. Entonces la derecha concurrió con sus votos a eliminar los senadores designados, en 2005.

 

Otros cerrojos se habían quemado y eliminado antes: el infame artículo octavo fue eliminado en 1989. La reforma de 2005 fracasó porque eliminó cerrojos que ya se habían quemado y dejó en pie los que estaban todavía vivos. Esos cerrojos son los que hoy impiden solucionar el problema constitucional, porque ellos son el problema constitucional.

 

Conviene identificarlos claramente. Se trata del sistema electoral binominal, de los quórums superiores a la mayoría para la aprobación de la ley y de la competencia preventiva del Tribunal Constitucional. A estas tres trampas o “cerrojos” es necesario agregar uno adicional, un “meta” cerrojo (es decir, un cerrojo que protege los cerrojos): los quórums de reforma constitucional, que actualmente son de 60 o 66 por ciento de los diputados y senadores en ejercicio. Este es un quórum exagerado (bajo la constitución de 1925 el quórum de reforma constitucional era de mayoría absoluta de los senadores y diputados en ejercicio).

El problema constitucional es la existencia de instituciones fundadas en y que contienen una trampa, que implica que lo que se manifiesta en las elecciones es políticamente indiferente: porque no importa mucho quién gane y quién pierda, porque una mayoría parlamentaria no puede hacer reformas considerables sin la aprobación de la derecha, y porque si llega a lograrlo serán invalidadas por el Tribunal Constitucional (“un poder fáctico”, como dijo el senador Camilo Escalona, cuando entendía el problema constitucional). Y todo esto, cubierto por el meta-cerrojo de quórums exagerados de reforma constitucional.

 

Una nueva constitución es una constitución sin trampas. No el reemplazo de una trampa de derecha por una trampa de izquierda, sino una constitución sin trampas, en la que ganar sea ganar y perder sea perder.

Las instituciones políticas son estables cuando corresponden al grado de desarrollo político de un pueblo. La pregunta hoy es: ¿es compatible el grado actual de desarrollo político del pueblo chileno con una institucionalidad tramposa? Instituciones tramposas pueden someter al pueblo por la fuerza durante 17 años primero y por otros 20 o más después, si el trauma es suficientemente grande.

 

2005 fue el año en que la pérdida de la inocencia constitucional comenzó, y con ella un aumento progresivo del desajuste entre el desarrollo político del pueblo chileno y la institucionalidad tramposa. Por su parte, 2011 fue el año en que se hizo políticamente explícito que los términos fundamentales de la vida común son los que quiso Pinochet o sus partidarios.

 

Esto explica varias cosas: en primer lugar, la llamada “crisis de legitimidad”. El desprestigio de las instituciones representativas se explica porque son ellas las que reflejan la futilidad a la que queda reducida la política dadas las trampas constitucionales. Es irrelevante que el pueblo se manifieste, por ejemplo, por el fin de la educación provista con fines de lucro, porque no corresponde al pueblo, a través de la agencia política, decidir sobre eso: corresponde a los herederos de Pinochet, que siempre tendrán su veto disponible para evitar esa reforma. Pero entonces la política institucional (en el Parlamento, etc.) es un remedo, nada realmente importante se juega en ella.

La otra dimensión de lo ocurrido durante 2011 es el juicio con el que ha debido cargar quien representa especialmente la decisión de aceptar las trampas: la Concertación. Ella se transformó en el símbolo de lo que en 2011 fue rechazado: la disposición a aceptar las trampas con la finalidad de asegurar estabilidad. Por eso lo que en su momento fue una demostración de seriedad y responsabilidad política, aquello de lo cual hasta 2011 la Concertación estaba orgullosa –la ampliación de la matrícula de la educación superior gracias al crédito con aval del Estado y el acuerdo que hoy se ridiculiza llamándolo “de las manitos alzadas” son dos ejemplos evidentes– es hoy visto como demostración de que la Concertación traicionó el espíritu del 5 de octubre.

No importa ahora si este juicio contra la Concertación es justo o injusto. Lo que importa puede quizás ser expresado gráficamente con una metáfora física: afuera de las instituciones tramposas se está acumulando presión política, porque ellas están cumpliendo el fin para el cual fueron creadas. Esto implica que esa presión no puede manifestarse institucionalmente, y queda entonces fuera de las formas institucionales (“en la calle”), produciendo el efecto que el agua produce cuando fluye constantemente alrededor de algo: erosión. Mientras mayor la demanda por “cambiar el modelo”, mayor la presión, mayor la neutralización y mayor la erosión. Esto aparece como pueda aparecer: como baja de la participación electoral, como descrédito de las instituciones que representan la política institucional (los partidos políticos, el Parlamento), como crítica genérica a la “clase política”, etc.

 

La pregunta, entonces, no es si la institucionalidad tramposa en algún momento va a ceder. La pregunta es cuándo, y en qué condiciones. Y qué es lo que se va a llevar por delante.

 

Porque no cabe duda de que las instituciones pueden neutralizar la agencia política del pueblo por algunas décadas, hasta que el pueblo haya alcanzado un grado de desarrollo político suficiente. Entonces, como enseña la experiencia (especialmente la latinoamericana), pasará lo que tenga que pasar para que esa correlación sea restablecida. “El problema constitucional tendrá que solucionarse por las buenas o por las malas”. Esto no debe ser interpretado como una amenaza, sino como un diagnóstico sombrío, idealmente a través de una asamblea constituyente.

 

Fuente: Atria, Fernando (2014) “La Constitución de 1980: una constitución tramposa”, Ediciones El Desconcierto.

LA CARTA DE JORGE ARRATE A RICARDO LAGOS stars

“Deberías abrirte a la posibilidad de que la tuya ya no sea muy importante. Ha emergido una nueva generación e intentar extender tu influencia es iluso y artificial. El pasado nos hace morisquetas burlonas”.

 

Santiago. 08/07/2022. Estimado ex Presidente, estimado Ricardo:

Los punteros del reloj siguen su curso y el tiempo corre sin que nada lo modere. Por eso las vidas demandan, al llegar a la última recta, como en nuestro caso, una rúbrica, en particular a quienes hicimos de los asuntos públicos una de las motivaciones principales de nuestra existencia.

Yo intento ser leal a aquello que ha definido mi transcurso político: soy socialista y allendista. Y el de nuestra generación política: luchar por un mundo más justo y humano. Pensé que tú, más allá de nuestras legítimas diferencias, procurarías algo semejante. Pero tus declaraciones recientes desmienten mi expectativa.

Mi opinión no tiene influencia decisiva en el plebiscito próximo. Deberías abrirte a la posibilidad de que la tuya ya no sea muy importante. Ha emergido una nueva generación e intentar extender tu influencia es iluso y artificial. El pasado nos hace morisquetas burlonas. A mí no me perturba demasiado, no pienso haber tenido siempre la razón. La política es un permanente ejercicio de conformación de voluntad mayoritaria en torno a un proyecto de sociedad. Tal vez el éxito es impulsarlo una y mil veces, a pesar de lo abrupto del camino, sin perder nunca el norte y sin necesariamente liderarlo. Nuestro activo es perseverar, nunca desertar.

Me cuesta aceptar que pienses como equivalentes la Constitución de 1980 y sus modificaciones y esta nueva Constitución, y los senderos que abren el Apruebo y el Rechazo. Desde ya la legitimidad democrática es incomparable. Por más que hayas estampado tu firma en reemplazo de la firma de Pinochet, la Constitución de 1980 no dejó de ser la Constitución del Estado subsidiario, binominal, centralizadora, ignorante de nuestra rica diversidad humana, despreocupada de la naturaleza, sin resguardo ni aseguramiento de derechos sociales y con un veto implícito para la derecha. En cambio, la nueva Constitución se hace cargo con decisión de los grandes problemas del país y es integradora y democrática.

Leo ahora tus últimas declaraciones. Mientras más hablas de lo que te ha llevado a adoptar tu postura, más te hundes en un marasmo de argumentos aberrantes. Algunos lo han dicho: tus expresiones dañan la opción transformadora y favorecen a la derecha. Pero quisiera ir más allá: si gana el Apruebo, tu rol será aun menor de lo que ya es. Solo el Rechazo te daría la oportunidad de negociar con la derecha, una vez más, nuevos retoques a la Constitución pinochetista.

Como rúbrica de una trayectoria política es indecorosa.

¡Qué pena, Ricardo!

 

FUENTE: ELSIGLO.CL

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